“En el apartado deportivo, también contamos con el ping-pong. Las mesas que teníamos para comer, unidas por sus cabezas, nos permitían configurar un campo de operaciones. Pese a las irregularidades de su superficie, nos dotaba de un nuevo juego. La red que dividía el campo la improvisamos cosiendo varias bolsas de cebollas, tensadas con cuerdas y unos soportes. Tras pedir a casa las raquetas, celebramos, durante meses, competiciones diversas. Reconozco que fue ahí donde aprendí un poco de ese deporte”.
