«En cierta ocasión, un militante que formaba parte de los intelectuales fue detenido. En los interrogatorios iniciales se mostró muy entero, negando toda acusación. La policía, conocedora de la sensibilidad y humanidad del detenido, optó por utilizar la siguiente táctica. Obligó a ir a comisaría al padre de otro detenido y amenazó a nuestro intelectual, diciéndole: «Si no hablas, voy a casa de tu padre y lo traigo, igual que he hecho con el padre de tu compañero». Nuestro hombre, firme hasta ese momento, se desmoronó y le dijo a la policía que si dejaban en paz a su padre, él hablaría. Pero aquí no acaba la historia. Aquel camarada quedó profundamente afectado por su actitud. Su grandeza le llevó a reconocer ante nosotros su debilidad, cosa que otros, que pusieron en peligro a muchos compañeros, no han sido capaces de hacer. Su sentimiento de culpa le llevó a autoimponerse un castigo. Estando en la cárcel de La Coruña, escribió una obra de teatro, El crimen de la calle Contreras (sic). A modo de penitencia, él mismo se ofreció para desempeñar la función de apuntador y el papel de confidente de la policía.»
