Prisión Provincial de La Coruña, 6, Octubre,1936
Queridísima Mamá: tu carta de hoy me produce esa alegría natural de todas las cosas que proceden de los seres queridos, pero al mismo tiempo ese sentimiento de pena que da siempre, cuando se tiene el ánimo angustiado, todo aquello que viene a renovar los recuerdos que nos son más gratos. Me pasa esto mismo con las visitas de Maruja y de Papá: si no viniesen no sé lo que sería de mí; pero vienen, y, sin querer, quedo triste y más atormentado. Me pasa, también, con las fotografías de mis hijitos y de mi mujer: quiero verlas y besarlos a todas horas; pero cuando las veo y las beso, me acongojo más.
He meditado muchas veces si es que soy tan egoísta, que todo esto lo sufro por mí. Creo que no. Casi estoy seguro de que sufro y padezco por lo que los demás pueden sufrir y padecer por mí. Si yo estuviese seguro de que mi mujer –tu hija, que es, entre todas las mujeres de este Mundo, la mejor- no tendría penas, y de que era feliz, mi sentimiento se reduciría completamente. Padezco por ella, porque me parece que trabajé demasiado, me ocupé quizás más de lo debido de cuantos acudieron o precisaron de mí, y por esa esclavitud de mi propia vida, no di a la de Maruja, ni la alegría, ni la felicidad que merecía por todos conceptos. Ella, en este drama, es la víctima mayor.
No te apenes por mis agravios a Dios. Si reviso mi conciencia, te digo, en verdad, que nada hubiera consentido de cuanto han podido significar persecuciones contra la Iglesia, ni contra nadie. Más bien las hubiera evitado, con toda la medida de mis fuerzas, y así lo procuré en más de una ocasión. Bueno, perfecto no hay nadie en el Mundo; y si el pedir perdón por todas las culpas es un sentimiento que acerca a la Misericordia, yo ese perdón lo pido, con toda el alma, a cuantos crean que tienen ofensas mías, y ojalá, si algún mal hice en esta vida, se me perdone a mí, con igual intensidad.
No acongojes tu alma por lo que yo pueda pensar, pues nada me separó de mi religión-que es la tuya- ni de mi creencia de Dios.
Con relación a la causa de mi situación actual, por El puedo jurar que jamás he tenido sentimientos de mal hombre, ni sentimientos de mal español. Si la fatalidad se pone en mi camino, yo la recibo con los brazos abiertos, y con resignación.
No quisiera ni un odio, ni un agravio tras de mí. Te aseguro que a mis enemigos mayores, les dedico, también, gran parte del día, mi pensamiento y mi perdón.
Si a vosotros-los que constituís el núcleo más cercano de mis cariños- os produjo algún daño o algún dolor, en alguna ocasión, mi carácter un poco extraño, perdonadme también. El cansancio, la fatiga del trabajo, quizás mi propio modo de ser, hizo que yo no llevase a casa, muchas veces la alegría que se debe a los demás.
Tus medallas me acompañan, y también me acompaña el pensamiento en Dios. Ten, por todos estos motivos, la más completa tranquilidad. De hoy, y de siempre, Mamá.
Y ahora a no sufrir nadie por mí, que es así como, en cualquier parte donde yo esté, se sentiría mi alma feliz.
Os besa y abraza a todos, y no os olvidará nunca,
tu hijo Pepe.
José Miñones, (Corcubión, 21-5-1900 / A Coruña, 2-12-1936) Avogado. Profesor mercantil. Deputado nas Cortes por Unión Republicana. Fusilado na Coruña o 2 de Decembro de 1936)
Estas cartas foron recopiladas polo investigador Luís Lamela e algunhas de este republicano foron publicadas no libro de Alonso Montero Cartas de republicanos galegos condeados a morte.